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Mariana Santibañez: títeres y geroactivismo desde la comunidad

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Sentadas en un círculo, un grupo de mujeres hablan de política, de la familia y de autocuidado. Se hacen bromas, se abrazan y se besan en la mejilla. Como cada viernes, se reúnen en la Escuela Risopatrón de Pedro Aguirre Cerda. En ese espacio hacen comunidad. Llegan de a poco, sin prisa. “Nosotras no somos adultas, somos niñas”, dice una riendo. “Adultas mayores pero mejores…adultas mejores”, completa otra. 

Mariana Santibáñez Merino, de 62 años, es titiritera de oficio y presidenta del Club de Adultos Mayores Cambiando mi vida. Nació, creció y aún vive en la Población Alberto Risopatrón de Pedro Aguirre Cerda. De voz firme y sonrisa gentil. Fundó el club hace dos años y hoy reúne a 20 mujeres que hacen comunidad y geroactivismo. Aunque nunca había dirigido un grupo, es una líder innata. 

Antes de organizar la semana, la junta comienza con una clase de biodanza. Mueven las sillas a un lado y dan paso a la música. Bailan, ríen y hablan, aunque la instrucción era guardar silencio. Luego la melodía se vuelve suave: cierran los ojos, se toman de las manos, se abrazan fuerte. A lo lejos se escuchan algunos sollozos. Nadie juzga, todas tienen el espacio para desahogarse. Forman una ronda, se abrazan entre todas y se repiten cuánto se quieren.

El club nació casi por azar.  Los vecinos de la población se reunieron por seguridad para organizarse ante la delincuencia. Ahí Mariana notó que quienes llegaron eran en su mayoría adultas mayores. Ese año, cumplió 60, no se sentía de esa edad. No se veía como retrataban a un adulto mayor. Era activa, hacía yoga, le gustaba salir. Al ver ese grupo de mujeres, tomó una decisión: “¿Y si invito a todas estas señoras y formamos un club?”.

Las mujeres comentan la actividad que realizaron horas antes de la reunión: un show de títeres en el Cesfam Lo Valledor. La idea fue de Mariana, quien propuso combinar el club con los títeres, solo para probar algo distinto. Con el tiempo, esa iniciativa se transformó en una obra de teatro donde todas participan. No hay guión, son sus propias historias. Aunque cada obra es distinta, tiene algo en común: la defensa de sus derechos como adultas mayores. Esa es su forma de activismo. Con títeres personalizados con sus propios rostros, cada una recrea sus vivencias y las muestra al mundo.

La necesidad llevó a Mariana al camino de los títeres. Comenzó en 1997, sin dinero, tras separarse de su esposo. La invitaron a un taller y aceptó, allí aprendió el oficio. Fue su madre quien le sugirió: “¿Y por qué no vendes títeres en el colegio?”. Pensó que era mala idea, que nadie le compraría. Pero desempleada y con una familia que mantener, decidió intentarlo. Los seis títeres con los que comenzó pronto se convirtieron en miles. Abrió su taller Títeres Plocopilo, vendió en colegios y en casas de material didáctico, siempre al por mayor. Gracias a los títeres compró su casa, pagó la carrera de sus hijos y sostuvo toda una vida.

Sentadas en un mesón gigante, Mariana al centro las observa y dirige con cariño. ‘“Es como estar en un curso del colegio», dice riendo. Organizan la rifa semanal: cuesta 300 pesos y cada una debe llevar un huevo, la ganadora se los queda. “Todas tenemos un cargo. Antes lo hacía sola, pero ahora es distinto”, comenta Mariana. Entre todas organizan las actividades, mientras ella gestiona invitaciones, funciones y juntas de dinero. Cuando la conversación se extiende demasiado, golpea su taza con una cuchara en broma. Siempre le hacen caso.

Mariana empezó a informarse sobre sus derechos e incorporó nuevas palabras a su vocabulario: edadismo, la discriminación por la edad, o geroactivismo, un movimiento para defender sus derechos y mantenerse activas. Todo cobró sentido. Muchas de las mujeres estaban acostumbradas a quedarse en sus casas, cuidar nietos y varias estaban solas. Con el club eso cambió. Volvieron a salir, se reúnen, conversan de todo. Hoy son mucho más que un grupo.

La Escuela Risopatrón se volvió su segunda casa. No tienen sede propia y Mariana reclama la falta de apoyo municipal. “Cuando una habla, también incomoda”, repite. Aun así, se organizan: preparan un observatorio de personas mayores en la PAC  y sueñan con que su show de títeres llegue a todos lados.

Mientras toman once, Mariana habla sobre  una invitación al ballet en el Teatro Municipal. Pregunta quiénes irán y la mayoría levanta la mano. Luego dice: “Lo siento, chiquillas, pero esta vez no podré ir”. Algunas se quejan, una interviene: “Mariana, en mi opinión, cuando no vas no es lo mismo. Porque eres como nuestra mamá que nos guía. No sería igual sin ti”. Ella sonríe, duda un momento y termina cediendo: “Tienes razón, igual iré. Veré cómo calzarlo”. La reunión  sigue entre risas y comida. Y siempre, Mariana en el centro.

* Por Thiare Riquelme, estudiante en práctica de Corporación Humanas